La punta del iceberg: comprender lo invisible en el aula


Esta Semana Santa, entre juegos familiares, reflexiones y revisión de materiales, una imagen volvió a aparecer en mi escritorio: el iceberg. Una metáfora visual que ha sido una guía constante en mi trabajo como maestra de educación especial. La imagen es sencilla, pero poderosa: una gran masa de hielo, donde solo una pequeña parte sobresale del agua, mientras que el resto —mucho más grande— permanece sumergido, oculto a simple vista.

Esa imagen me recordó, una vez más, que muchas de las conductas de nuestros alumnos y alumnas son solo eso: la punta del iceberg.

Lo que se ve: conductas visibles en el aula

En el día a día escolar, vemos lo que está en la superficie. Aquello que se manifiesta de forma más evidente:

  • Un alumno que interrumpe constantemente.

  • Una alumna que parece distraída o que no sigue el ritmo.

  • Un niño que llora al enfrentarse a una tarea.

  • Otra que se niega a trabajar o responde con agresividad.

  • El que se levanta del asiento sin parar.

  • El que no participa, no copia, no entrega tareas.

Estas conductas llaman la atención. A veces incomodan. A veces generan etiquetas. Con frecuencia, se corrigen con castigos, advertencias o notas negativas.


Pero… ¿qué hay debajo de esa conducta?
¿Qué no estamos viendo?

Lo que no se ve: lo que hay bajo el agua

Como docente de educación especial, he aprendido a mirar más allá. He acompañado a:

  • Alumnos con dislexia no diagnosticada que evitaban leer.

  • Alumnos con TDAH que luchaban por controlar su impulsividad.

  • Alumnas con ansiedad que se bloqueaban solo al pensar que podían equivocarse.

  • Niños con entornos familiares muy difíciles.

  • Niñas con mutismo selectivo que parecían indiferentes pero sufrían en silencio.

Todos ellos eran —y son— niños y niñas con grandes capacidades. Pero también personas que sufren si el entorno no los comprende. Cuando no hay apoyos. Cuando solo se ve la conducta y no lo que hay detrás.

Debajo de esa punta visible puede haber:

  • Dificultades de aprendizaje no detectadas (dislexia, discalculia, TDL…).

  • Alteraciones en el procesamiento sensorial.

  • Trastornos del neurodesarrollo (TEA, TDAH, Tourette, SAF…).

  • Alta sensibilidad, inseguridad, baja autoestima.

  • Tristeza, ansiedad o experiencias vitales adversas.

  • Necesidad de estrategias que aún no han aprendido.

  • Un sistema educativo que muchas veces no dispone de recursos adecuados.

La importancia de una mirada inclusiva

Educar desde una mirada inclusiva no significa tener paciencia infinita ni "dejar hacer". Significa comprender que toda conducta es una forma de comunicación. Que si un niño "no puede", tal vez es porque aún no sabe cómo hacerlo o no tiene los apoyos suficientes.

Implica tener una actitud de curiosidad pedagógica, de respeto profundo, de observación sin juicio.

Supone cuestionarnos nuestras propias prácticas y preguntarnos:

  • ¿Qué puedo cambiar yo?

  • ¿Qué apoyos necesita?

  • ¿Cómo puedo anticiparme a sus necesidades?

  • ¿Cómo puedo validar lo que siente?

Algunas claves que aplico en el aula

Desde mi rol como maestra de educación especial en un centro de máxima complejidad, estas son algunas de las estrategias que aplico y que han marcado la diferencia:

  • Bases de orientación para estructurar el pensamiento.

  • Pictogramas y apoyos visuales en todas las áreas.

  • Horarios visibles y anticipación para reducir la ansiedad.

  • Reforzamiento positivo y validación emocional.

  • Codocencia y apoyos dentro del aula ordinaria.

  • Rúbricas y coevaluación para empoderar al alumnado.

  • Tutorías individualizadas que generen vínculo.

  • Flexibilización real de tiempos y tareas.

  • Autoevaluación y espacios seguros para hablar de lo que sienten.

  • Y sobre todo: mirar con ojos de posibilidad, porque detrás de un “no puede” muchas veces hay un “todavía no”.

¿Y en casa? ¿Qué pueden hacer las familias?

Las familias también tienen un papel fundamental. Algunas recomendaciones que pueden ayudar:

  • No comparar con otros niños/as. Cada proceso es único.

  • Observar sin juzgar: ¿cuándo se repite la conducta? ¿Qué la desencadena?

  • Buscar ayuda profesional si hay dudas.

  • Hablar con el equipo docente con confianza.

  • Validar emocionalmente: “Sé que esto te cuesta, estoy aquí para ayudarte”.

  • Establecer rutinas claras y predecibles.

  • Reforzar los logros, por pequeños que sean.

  • Fomentar intereses y puntos fuertes.

  • Evitar etiquetas. Las palabras construyen identidades.

A nivel emocional…

Cada niño y niña necesita sentirse visto, valorado y querido. Muchos ya llegan al aula con una autoestima frágil. Por eso el trabajo emocional no es un añadido: es una necesidad.

Algunas propuestas:

  • Actividades sistemáticas de gestión emocional.

  • Espacios donde expresar lo que sienten sin miedo.

  • Nombrar emociones y enseñar estrategias de autorregulación.

  • Validar sin dramatizar: “Lo que sientes tiene sentido”.

  • Promover el grupo como espacio seguro.

  • Fomentar la cooperación y el acompañamiento entre iguales.

¿Y si lo confundimos con TDAH o decimos que “es emocional”?

Es muy frecuente que algunas señales de alerta se confundan entre sí. Por ejemplo:

  • El TDAH puede parecerse a la ansiedad o a una vivencia traumática.

  • Un trastorno del lenguaje puede hacer que un niño parezca "distraído".

  • El síndrome de Tourette puede interpretarse como mal comportamiento.

  • Muchas veces se atribuyen dificultades neurológicas a “problemas emocionales”.

¿Es emocional o es neurológico? A veces, es ambas cosas. El malestar emocional puede surgir porque no hay comprensión ni adaptación. Por eso es tan importante una evaluación rigurosa, multidisciplinar y respetuosa.

Conclusión: lo que no se ve también importa

Educar no es solo enseñar contenidos. Es mirar al otro con profundidad, sin quedarnos en la superficie. Es ver al niño más allá de su conducta. Es ser puente, no muro.

Porque la inclusión no se improvisa. Se construye desde la formación, la empatía, el compromiso y las ganas de transformar.

Y tú, ¿qué eliges ver: la punta del iceberg… o el iceberg entero?

Si esta reflexión te ha hecho pensar, compártela con otros docentes o familias.
En este blog encontrarás más recursos sobre inclusión, trastornos del aprendizaje, educación emocional y estrategias prácticas basadas en el DUA y en la neurociencia.

Seguimos educando para todos.

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